Dice un proverbio chino (o turolense, que con estas cosas nunca se sabe) que cuando el sabio apunta a la Luna, el necio mira el dedo. Esto nos pasa con muchos malestares y trastornos psicológicos que, una vez etiquetados, ya se convierten en un problema de la persona, perdiendo de vista qué lo causa.
La última de estas etiquetas es la de sisifemia, un cuadro de padecimientos derivados de unas cotas excesivas de ambición, autoexigencia y perfeccionismo en el trabajo.
En resumidas cuentas sisifemia = sufrimiento derivado de la explotación, ya sea hetero-explotación o auto-explotación. Pero claro, si le ponemos una etiqueta diagnóstica, el foco de la atención pasa inmediatamente a la persona que la sufre, y no en el sistema, que oprime para que seamos productivos por encima de nuestras posibilidades reales.
Productividad, por supuesto, pero ¿y qué precio hay que pagar por ello?, ¿nuestra salud mental, nuestras relaciones? ¿Aumentar nuestra productividad a cambio de descuidar nuestra familia? Evidentemente, lograr un equilibrio no es fácil.
Lo que me enfada es que se patologice la respuesta de la persona, mientras que se asuma sin más la causa de sus síntomas. Venga, más (falsa) resiliencia y pensamiento positivo (mágico): tú sonríe, por encima de todo. Tú aguanta todo, que hay que ser resiliente.
Pues no, no todo consiste en sonreír mientras nos limpiamos el sudor (y las lágrimas). También habrá que poner límites coherentes, respetar nuestros espacios personales y nuestra salud. Vamos, digo yo. Ideas «locas» que tengo.
Claro, hay personas que eligen auto-explotarse; como dice el filósofo Byung-Chul Han, hoy en día te auto-explotas y crees que te estás autorrealizando. Es obvio que, si hay toda una industria de libros, conferencias, vídeos y demás bombardeándote con el mensaje machacón de eres mejor cuanto más dejes de lado para conseguir el «éxito», mucha gente se lo comerá con papas (con patatas para los que no son de Canarias) y presionará, a su vez, a otros para que cumplan con el mantra de «tú eres especial mientras produzcas MUCHO».
Ahí está la trampa, el auténtico engaño: nos han llegado hacer creer que renunciar a gran parte de nuestro ocio, nuestro espacio personal y nuestras relaciones es desarrollarse. Evidentemente, conseguir objetivos en la vida cuesta un esfuerzo, y las personas emprendedoras tienen que realizar sacrificios para sacar su proyecto adelante (y mantenerlo, hacerlo crecer, etc.), pero la pregunta es ¿cuánto?, ¿lo que estoy haciendo hoy repercute directamente en mi propio bienestar, presente o futuro?
Quizás, muchas decisiones cambiarían si nos hiciéramos esta pregunta de manera cotidiana.